Antropología educativa desde la hermenéutica analógica: Una aproximación

DOI: https://doi.org/10.22201/fesc.20072236e.2024.15.28.3

Educational anthropology from analogical hermeneutics: An approximation

Issa Alberto Corona Miranda

Prof. de la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán, UNAM issa.corona@gmail.com

Elsa María Marín Ojeda

Profa. de la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán, UNAM elmarje@hotmail.com

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Resumen

El artículo expone en términos generales la concepción de una antropología educativa vista desde la hermenéutica analógica; la intención es explicar los argumentos filosóficos que propone Mauricio Beuchot. La hermenéutica analógica aplicada a la educación es una propuesta que brinda sentido a la investigación pedagógica y desarrolla una perspectiva humanista sobre los procesos que constituyen al sujeto. Para el análisis de este estudio es importante resaltar un enfoque reflexivo que tome como centro neurálgico una interpretación crítica de la mismidad y extimidad.

Palabras clave: Hermenéutica analogía, antropología educativa, mediación, investigación y pedagógica.

Abstract

This text presents in general terms the conception of an educational anthropology seen from analogical hermeneutics; The intention is to explain the philosophical arguments proposed by Mauricio Beuchot. Analogical hermeneutics applied to education is a proposal that provides meaning to pedagogical research and develops a humanistic perspective on the processes that constitute the subject. For the analysis of this study, it is important to highlight a reflective approach that takes as its nerve center a critical interpretation of sameness and extimacy.

Key words: hermeneutics analogy, educational anthropology, mediation and pedagogical research

Introducción

Dentro de los elementos que más contribuyen a la realización, progreso y desarrollo de los seres humanos se encuentra la educación, que además de aportar conocimientos, refuerza valores y engrandece la cultura, de ahí su importancia para el bienestar social. Con la implementación de la Educación 4.0, se busca una formación integral, adaptada a las nuevas herramientas tecnológicas de la información y la comunicación para optimizar el aprendizaje. En ese contexto, la hermenéutica juega un papel esencial en la educación, como lo señala Gadamer.

En la educación se puede ver como se plasma la estructura del círculo hermenéutico ya que está situado en el contexto formado por la tradición y el lenguaje, cuyos principales efectos son el aprendizaje, el conocimiento propio y las transformaciones recíprocas de las tradiciones, los conocimientos, los individuos y las sociedades (Gadamer, 2000, pp 40).

La hermenéutica aporta un método antropológico basado en el análisis interpretativo, a partir de diversos documentos relacionados con la interacción social y las transformaciones de la realidad inmersa en la sociedad, Dilthey (2000).

La hermenéutica analógica que propone Mauricio Beuchot es una propuesta que busca la proporción interpretativa, un modelo de significación que se coloca entre la univocidad y la equivocidad. La postura equivocista acepta todas las interpretaciones como válidas; tirada hacia un relativismo extremo donde los criterios son anulados. La postura univocista, en cambio, solo admite una interpretación válida, ya que hay un criterio único y verdadero. La idea analógica es la mediación entre las dos posturas extremas, puesto que equilibra proporcionalmente la interpretación y las acciones significativas.

Una hermenéutica analógica se coloca en el medio, como sintetizadora de los extremos. Con eso puede aprovechar lo mejor de cada una de las dos posturas y evitar sus inconvenientes. De la hermenéutica univoca aprende la intención de exactitud, por inalcanzable que ésta sea; por lo menos tiende a ella como ideal regulativo. De la hermenéutica equivoca aprende a abrir el abanico de las interpretaciones, de modo que dé cabida al mayor número posible; pero lo hace con discreción, planteando una jerarquía de interpretaciones en las que una sea el analogado principal y las otras los analogados secundarios, de manera descendiente, hasta el punto en que ya no son adecuadas las interpretaciones y comienzan a ser falsas (Beuchot, 2016, pp. 49-50).

Se puede decir que esta hermenéutica, la analógica, tiene parte de lo unívoco y parte de lo equívoco, aunque predomina la diferencia o equivocidad. No obstante, la intención es tensionar hacia la univocidad para que no se pierda el sentido de la interpretación. Por esta tensión entre la univocidad y la equivocidad, la hermenéutica analógica tiene una gran importancia y utilidad para la mejora del sistema de enseñanza–aprendizaje. Dicho de otro modo, se pueden conjugar los elementos subjetivos de la adquisición del conocimiento oportuno, con los aspectos objetivos de aquello que es transmitido.

La finalidad de la hermenéutica analógica es buscar el lugar adecuado al que pertenece una interpretación dada. Esto consistiría en, no sólo admitir una multiplicidad de interpretaciones, sino en establecer un adecuado modo de valorar a cada una dentro de su contexto (Beuchot, 2017, p. 44).

La hermenéutica analógica establece tres criterios de verdad o tres modos de sutileza para la interpretación y la contextualización de la enseñanza de la filosofía: la primera dimensión corresponde a la implicación o sintaxis; la segunda a la explicación o semántica; y la tercera a la aplicación o pragmática. El primer criterio tiene que ver con el significado textual, ya sea intratextual (al interior del texto) o intertextual (relación con otros textos), a este primer nivel sintáctico corresponde la pura coherencia. La explicación o semántica va al significado directo del texto y su relación directa con la realidad. “Aquí se va al significado del texto mismo, pero no ya como sentido, sino como referencia, es decir, en su relación con los objetos, y por ello es donde se descubre cuál es el mundo del texto, esto es, se ve cuál es su referente, real o imaginario” (Beuchot, 2009, p. 21). Finalmente, la aplicación o pragmática toma en cuenta la convención de los intérpretes con el autor, para llegar a una cierta objetividad del texto. Por lo tanto, el diálogo y la reflexión que se origine en el aula debe considerar los tres criterios para generar un aprendizaje significativo.

Así, la hermenéutica analógica es verdadero saber de la realidad, en la medida que, por su ejercicio analógico, concluye principios generales que son aplicados al texto para determinar la comprensión de su sentido más profundo y principal, pero respetando los significados particulares asumidos a partir del texto. Es, por tanto, una hermenéutica que, como teoría, admite los mismos fundamentos epistémicos de un conocimiento analógico, que se integran en el ejercicio metodológico como dirección del mismo quehacer interpretativo (Mota, 2016, p. 17).

La educación como mediación

La educación es un sistema complejo, compuesto de múltiples subsistemas e interesados vinculados entre sí. Toda decisión que se tome en uno de los componentes de cualquier nivel del sistema acarrea cambios en otros componentes y subsistemas. Esta interconexión obliga a los responsables políticos y los encargados de adoptar decisiones a velar por la existencia de marcos estratégicos y políticos que operen desde la perspectiva del sector y el sistema. Los nuevos desafíos, tales como la rápida informatización, el aumento de la desigualdad y los trastornos derivados del cambio climático, las pandemias y los conflictos, exigen a los países la elaboración de políticas y estrategias resilientes y sostenibles, que permitan construir sistemas educativos eficientes, pertinentes y transformadores (UNESCO et al., 2012).

La educación es posibilidad de situarse entre el ser y la nada, es realizar totalmente la existencia humana. El hombre desde sus primeras manifestaciones utilizó la mediación para la resolución de conflictos. Mientras que la comunicación y la simbolización son los lazos que lo ligaron con la realidad y el mundo que lo rodea, pues posibilitó explicar mitológicamente el origen y la finalidad. El mito en las sociedades arcaicas o premodernas tenía un fuerte valor pedagógico en las sociedades.

Decir que la educación es mediación analógica, implica decir que su acto de realización, en todos los niveles de la realidad inmanente o trascendente, es un proceso de búsqueda de sentido en donde están en juego todas las capacidades del hombre para humanizarse. El hombre cuando establece mediaciones habita y comprende el mundo. La mediación educativa es encontrar un propio proyecto de la vida, para hacerse a sí mismo y tener la capacidad de crear.

Dilthley afirma que la educación se basa en la comprensión de la existencia humana. Su pedagogía es una ciencia del espíritu que emplea el método de la comprensión histórica para entender los productos de la existencia humana tales como la cultura, el arte, la religión, la filosofía, la moral, entre otros. Dilthley cree que la educación es una vivificación. “Educar es vivificar, conformar la vida de los educandos para que actúen conforme a la cultura en la que viven” (Beuchot, 2010, p. 11).

Esta vivificación educativa se da por medio de una hermenéutica pedagogía simbólica de la reflexión, pues se busca revivir la estructura de un individuo o una época, por sus imágenes. El sujeto tiene que vivir sus metáforas, pues generan conocimiento al hombre, siguiendo la postura de Paul Ricoeur en su libro La Metáfora viva. Al respecto comenta el filósofo francés:

De esta conjunción entre ficción y redescripción concluimos que el «lugar» de la metáfora, su lugar más íntimo y último, no es ni el nombre ni la frase ni siquiera el discurso, sino la cópula del verbo ser. El «es» metafórico significa a la vez «no es» y «es como». Si esto es así, podemos hablar con toda razón de verdad metafórica, pero en un sentido igualmente «tensional» de la palabra «verdad» (Ricoeur, 2001, p. 13).

En suma, la metáfora ayuda a comprender mejor la realidad, por ello, puede ser un medio para que la educación no sea tan teórica. El sujeto para entender el mundo necesita establecer mediaciones. Ricoeur menciona: “Su característica ontológica de ser-intermediario consiste precisamente en esto: que su acto de existir es el acto mismo de operar mediaciones entre todas las modalidades y todos los niveles de la realidad dentro y fuera de sí. Por eso, no explicamos a Descartes por medio de Descartes, sino de Kant, Hegel y Husserl […]” (Ricoeur, 2011, p. 23). La educación sirve para comprender el mundo, para entender la condición humana, y sólo se comprende cuando hacemos mediaciones, cuando establecemos conexiones simbólicas o metafóricas, pues el diálogo es el medio para entendernos unos a otros.

Explicamos la realidad porque hacemos mediaciones, mediar es una forma de comprensión, pues cuando uno se educa se ubica para mejorar su existencia. Acceder a la comprensión, es abrir la puerta a la humanización. Por ello, la educación es mediación porque orienta al hombre y le permite comprenderse a sí mismo y su entorno. “Una interpretación prudencial y analógica, que nos coloque en la mediación, en el medio virtuoso, para que no se exagere ninguno de estos aspectos y se tenga un monstruo, en lugar de un ser humano” (Beuchot, 2012, pp. 115,116). Buscar la prudencia o phrónesis educativa implica ser intermediario.

Mediar es acceder al otro. El lenguaje evidentemente es la mediación que sirve como vínculo para dialogar con la alteridad. Injerirse es dialogar, y, en ese encuentro, uno se educa en las mediaciones simbólicas que establece con la diferencia. En las relaciones genera vínculos. “El lenguaje aparece entonces como lo que eleva la experiencia del mundo a la articulación del discurso, que funda la comunicación y hace advertir al hombre en cuanto sujeto hablante” (Ricoeur, 2001, p. 401).

Educación analógica

Beuchot muestra especial atención al tema educativo, toda vez que piensa que el sentido se crea principalmente en los procesos de enseñanza. “La transmisión del sentido se hace de manera primordial por medio de la educación […]” (Beuchot, 2012, p. 115). Nuestro autor considera que la analogía y la mediación son procedimientos que pueden ayudar a esclarecer las prácticas educativas, pues la interpretación prudencial o proporcional en el aula es importante para llegar a la comprensión.

La educación la entiende el hermeneuta como un acto analógico, porque es un arte, en el cual los educandos y el educador tienen que encontrar el equilibrio.

Dicho proceso se orienta a formar el juicio. Pero es, como lo vio ya en la Edad Media Ramón Llull, un arte magna que trata de desarrollar la lógica y la prudencia en el ser humano; o, como lo vio en la modernidad Pascal, se afana por desarrollar conjuntamente, y de manera equilibrada, un espíritu geométrico y un espíritu de la fineza en el hombre, con una proporción o analogía que logre ese balance entre el esprit de finesse y el esprit de géométrie (Beuchot, 2012, p. 115).

Buscar la proporción o la mediación es realizar totalmente un proceso educativo, pues, el hombre al tratar de encontrar un balance prudencial en los sucesos que vive y en el conocimiento que adquiere, identifica lo común, discierne analógicamente para orientar su conducta y no pasar a los extremos que dañan. Buscar el punto intermedio a través de la analogía es un acto que forma al sujeto, porque encuentra lo que es bueno para uno mismo y para el ser humano (Aristóteles, 1954). En este sentido, entendemos lo que es educación, buscar el equilibrio para autosuperarse y transformar el mundo.

El individuo al intentar mediar las circunstancias busca la analogía, porque conoce estableciendo proporción, la interpretación se da a partir de la semejanza, de lo conocido se conoce lo desconocido, también el aprendizaje se da estableciendo similitudes, porque uno aprende cuando se pone en contexto el contenido. “Y esto entra en los fines de la educación. Ella sólo podrá alcanzarse plenamente, de manera integral, si se procura llevar hasta que se toquen, hasta que coincidan y se junten, estos dos extremos de lo unívoco y lo equívoco, logrando una mediación dialéctica en la analogicidad” (Beuchot, 2012, p. 128).

La analogía y la mediación buscan conocer y comprender el mundo. El hombre al conocerlo y comprenderlo conoce de sí, de su situación, así pues, construye y edifica su conducta. Interpretar y construir el mundo de manera analógica es optar por un camino educativo.

Hay que lograr la educación integral que sea teórica y práctica, del juicio y razonamiento tanto especulativo como activo, de modo que se puedan equilibrar los dos tipos de vida, que a veces están disociados. El ideal de la educación, desde la Antigüedad, era formar seres humanos que pudieran desempeñarse bien tanto en la teoría como en la praxis. Incluso, tanto en la intelección como en el sentimiento, por eso ha faltado la educación de los sentimientos, que se ha relegado a la educación puramente intelectual (Beuchot, 2012, p. 128).

El hombre tiene que ser consciente de sus símbolos que vive. La educación tiene como base una teoría filosófica y ahora podemos tomar el riesgo, y partir con la tesis de que los procesos educativos tienen como fundamento una antropología educativa, pues dicha área del conocimiento indaga sobre cómo puede ser educable el ser humano en todas sus manifestaciones culturales y sobre todo reflexiona cómo su construcción física y constitución ontológica son factores decisivos en su aprendizaje.

Por ello, antes de pretender explicar y definir qué es educación, tenemos que intentar precisar y comprender al hombre, actor y agente de la educación. De hecho, en toda propuesta educativa subyace un modelo antropológico, un modo de atender y entender al ser humano que condicionará, después, el sentido de la educación y de toda las propuestas de intervención que se desprenden de ella. La educación necesita una imagen del hombre, ya que sin ella sería imposible proyectar su actividad (García, 2009, p. 19).

Hacia una antropología educativa

A continuación, los puntos que me interesan señalar son los siguientes. La idea antropológica y filosófica de que el “hombre es falible”; que su constitución es desproporción, lo cual es central para un ejercicio filosófico y educativo. Al generar una reflexión sobre la “miseria de lo humano” se toma conciencia de la situación en la que nos encontramos. Paul Ricoeur en su libro Finitud y culpabilidad, al reflexionar sobre los mitos del mal plantea que el sujeto al vivir los símbolos toma conciencia de sí, y, traza una ética.

Como se verá, la metafísica, basándose en la ontología y sobre todo, en la aplicación de ésta a la persona, que es la antropología filosófica o filosofía del hombre, está a la base de la ética. En efecto, según la idea del hombre que se tenga, será la ética que se adopte para él. Hasta hace poco se hablaba de que, al basar la ética en la filosofía del hombre, se cometía una falacia naturalista (Hume, Moore, etc.), de obtener el deber ser a partir del ser, o la valoración a partir de la descripción; pero recientemente ha habido conciencia de que no hay tal y que, al contrario, tiene que darse ese proceso (Ricoeur, Putnam, Dussel, Moulines, etc.), pues es lo que hacemos continuamente. Por tanto, ya no se hace ese reparo, y más bien se exige que la ética vaya basada en una desaparición de lo que se cree que es la naturaleza del hombre o, por lo menos, la condición humana (Beuchot, 2010, p. 6).

El hombre falible

El ser humano en su trayecto: religioso, filosófico, artístico, científico, político y pedagógico, parte de una idea de hombre, no existe cultura sin concepción antropológica, pues el hombre al tener claro lo que entiende por “sujeto” proyecta al ser al mundo. Es decisivo partir de una pedagogía antropológica que comprenda una idea de ser humano para poder construir una propuesta educativa.

El hombre es para Ricoeur un ser falible cuya existencia se juega entre lo infinito y lo finito, así como entre “lo voluntario y lo involuntario” de su acción. Ricoeur propone que la situación ontológica del hombre no puede ser entendida más que simbólicamente. Resulta complejo comprender que para nuestro autor el problema de caracterizar al hombre como ser falible no se agota —como pretende cierta filosofía racionalista— en su posibilidad de errar. La labilidad, en un sentido radical, no sería sólo la “equivocación” de una conciencia racional que tiende a la verdad. La labilidad sería, más bien, el resultado de la desproporción que constituye al hombre en tanto ser “finito-infinito”, libre de simbolizar la infinitud pero atado a su finitud.

Al hablar de educación abordamos de forma inevitable al ser humano. Reflexionar sobre educación sin referirnos a la persona es algo imposible, ya que es algo propio y exclusivo de la naturaleza humana. El hombre es, sin duda, una realidad psicofísica compleja que cuenta con la característica más peculiar de todos los seres vivos; nace biológicamente indeterminado, lo que lo lleva a que a lo largo de su vida deba desarrollarse y resolverse a sí mismo (García, 2009, p. 20).

En las primeras líneas de la Pedagogía del oprimido Freire describe la idea de hombre que propone. Nos dice el autor: “[…] los hombres como seres inconclusos y conscientes de su inconclusión” (Freire, 2013, p. 40). María Zambrano en sus ensayos sobre Filosofía y educación, también define al hombre como un ser inacabado, para la poetisa y filósofa española tomar conciencia de la condición del hombre es posibilidad de dar luz al conocimiento de sí mismo, para una enseñanza más profunda del sujeto. “El hombre es una criatura impar, cuyo ser verdadero está fiado al futuro, en vía de hacerse. Existe un trabajo aún más inexorable que el de ‘ganarse el pan’. Es el trabajo para ganarse el ser, a través de la vida, de la Historia” (Zambrano, 2007, pp. 121-122).

En este mismo sentido, García Carrasco en su texto Teoría de la Educación.

Educación y acción pedagógica menciona al respecto:

De todo lo expuesto hasta este punto se concluye que un rasgo clave del ser humano es su inacabamiento, es decir, su plasticidad y su inmadurez biopsíquica. Esta disposición que para muchos significó, como hemos visto, la debilidad del ser humano, es la que fundamenta su grandeza: su capacidad de aprendizaje. Nacemos con disposiciones, con aptitudes, con posibilidades siempre abiertas al desarrollo (García, et al., 2009; 28).

El hombre es un ser en vías de hacerse. La realización de su persona radica en tener conciencia de sí mismo y de su contexto histórico-cultural. Una vez que sabe de sí y de sus circunstancias intenta liberarse para transformar el mundo por medio de la praxis, no de la contemplación, por medio de las acciones; el diálogo y la reflexión crítica, de la educación entendida como acción. “Al alcanzar este conocimiento de la realidad, a través de la acción y reflexión en común, se descubren siendo sus verdaderos creadores y re-creadores” (Freire, 2013, p. 74).

Los hombres desafían su condición finita, al verse en el drama histórico descubren que saben muy poco de sí mismos y del lugar que ocupan en el mundo, de esta manera, intentan conocer y conocerse un poco más. El sujeto al darse cuenta de su situación decadente intenta transformar su vida. Cuando el hombre cobra conciencia de su inconclusión, de su falibilidad o desproporción puede recuperar su humanidad y libertad creadora. En este sentido se educa, pues busca la proporción analógica y la comprensión del mundo.

Situación actual

El origen del ser, en tanto somos en el mundo, sólo puede realizarse cuando se da cuenta de la situación en la que se encuentra, pues ¿cómo saber de mí mismo y del mundo, si no interrogo mi circunstancia? No es posible pensar el acontecimiento de estar aquí si no se revela la conciencia. No hay otra manera de vislumbrar la realidad del hombre (antropogonía) ni del universo (cosmogonía) que no sea, en efecto, la formulación del preguntar o problematizar, de contrastar lo dado. De parar el tiempo-espacio en un silencio.

El hombre es siempre un enigma para sí mismo y creando a los dioses da nombre a aquello que no puede comprender del todo y que, a pesar de ello, vive como real. La totalidad significativa, el sentido último del universo, no nos es accesible más que como horizonte situado hic et nunc (aquí-ahora). El ser humano es el único que se inserta directamente en la comunidad de los seres, el que está abierto a interpretar, a descifrar y orientar el sentido de su vida.

María Zambrano señala que tener conciencia de la dramática situación que rodea al hombre es abrir una ventana a la claridad. La filosofía, para nuestra autora comienza o más bien dicho, parte del darse cuenta de las circunstancias. La filosofía en las instituciones no puede amoldarse, tiene que ser libre para que pueda hacerse y rehacerse ella misma.

La acción de interrogar y preguntar es una intervención necesaria para la enseñanza de la filosofía, pues: “Llegado este límite, la conciencia puede detenerse en efecto, y preguntar ¿qué es esto que me rodea?” (Zambrano, 2007, pp. 121-122). Cuestionar por principio el entorno en donde estoy situado es un componente pedagógico que todo docente debe tener presente, pues, la enseñanza se genera con una actitud consciente.

Pero esta pregunta puede contestarse de diversas maneras. Bien es verdad que su sola formulación ya constituye un comienzo de claridad. De manera que aun no siendo por el momento contestada y quedando quien la formula perplejo ya supone una cierta claridad inicial. La perplejidad es una actitud consciente, a diferencia de la paralización y la enajenación que no son todavía conscientes, y este es el primer cambio decisivo con que nos encontramos: la intervención de la conciencia (Zambrano, 2007, p. 122).

La filosofía que conoce de sus circunstancias ya sean institucionales, sociales o intelectuales tiene claridad en su transmisión. En suma, la educación filosófica es un acto de conciencia, porque constantemente interroga su entorno sociocultural.

Y vemos que ya desde el límite, límite de la confusión de una vida que no se sabe a sí misma con una vida confusa pero que se sabe, desde este límite de la confusión con la claridad que se llama perplejidad, la conciencia es la que aporta claridad. Allí donde comienza la conciencia comienza también la claridad (Zambrano, 2007, p. 122). Conciencia de sí

Ricoeur sostiene que la “conciencia de sí” no implica sólo un asunto ético o epistemológico. La autocomprensión del hombre es un problema de búsqueda de sentido. Esta noción nos remite, inevitablemente, a que más allá de conocer el mundo, el hombre se orienta en él: se pregunta por su origen y por su devenir. Y en tanto está inmerso en un cosmos, definiendo y redefiniendo lo “interior” y lo “exterior”, esta pregunta va más allá hasta el origen y el devenir cósmico. La “conciencia de sí” implica a su vez una concepción del ser, una ontología y una antropología educativa.

La autoconciencia o autocomprensión del hombre, en la educación, se da a través de una suerte de desdoblamiento en donde no hay otra manera de encontrarse a uno mismo que en la otredad o extimidad. La interioridad o exterioridad tiene que pasar por el encuentro del “rostro a rostro” pues, en las relaciones es donde me encuentro. Para que el alumno se comprenda tiene que dialogar sus símbolos con los demás, tiene que realizar un intercambio simbólico.

La búsqueda responsable de uno mismo exige perder el miedo a ser libre. Vencer el temor a vivir sin ataduras, permite que el hombre transite y escriba su propia historia sin imposiciones, es la forma en la que el sujeto supera las imposiciones. Escribir mi propia historia, ser dueño de mi educación implica permanecer en la constante interpretación de mi mismidad y extimidad.

Al concebir una dimensión en el tiempo y en el espacio, el ser humano cobra conciencia de sus límites y posibilidades. La “conciencia de sí” no se da más que en este extrañamiento frente a lo otro.

Más, el secreto, al manifestarse, encuentra difícilmente su expresión. Conocerse a sí mismo será encontrar la palabra exacta, adecuada a este secreto. Y no sólo exacta, sino, según la fórmula con que los antiguos egipcios definían la verdad; “la palabra exacta con la voz justa”: el tono, el acento que confiere a la palabra el sentido último, su significación que la hace ser […] (Zambrano, 2007, p. 123).

La antropología educativa, en principio, revela que todo ser está en búsqueda permanente, en la construcción incesante de sí mismo, en una indagación constante por encontrar el sentido de la mediación analógica.

Conclusión

Intentar educar desde una antropología y una hermenéutica pedagógica es ver todas las fallas a las que estamos expuestos, pero, lo más importante, es ver cómo esos errores se pueden enmendar a través de una narración reflexiva de la desproporción humana.

Para concluir, la esperanza es la que depositamos por mejorar la enseñanza y nuestro esfuerzo para que el alumno encuentre la mediación analógica en los símbolos y las metáforas para educarse.

La educación es el medio que permite la búsqueda de sentido en nuestros tiempos “modernos”, pues posibilita comprender el mundo, por ello, es una fuerza que mueve al hombre, lo motiva a salir de su miseria.

Este artículo está motivado por la ilusión y la esperanza de mejorar en la medida de lo posible los procesos educativos desde la hermenéutica analógica que propone Mauricio Beuchot.

Referencias

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Beuchot, Mauricio (2010). Breve historia de la ética, Torres Asociados.

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Dilthey, Wilhelm (1968). Historia de la pedagogía. Losada. Freire, Paolo (2013). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.

GADAMER, Hans Georg (2000) La educación es educarse. Paidós.

García Carrasco, Ángel y Joaquín y García del Dujo (1996). Teoría de la Educación. Educación y acción pedagógica. Universidad de Salamanca.

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Mota Rodríguez, Arturo (2016). Hermenéutica analógica de la cultura: el carácter icónico de la identidad. Universidad Anáhuac. Postman, Neil (1999). El fin de la educación, una nueva definición del valor de la escuela. Octaedro.

Ricoeur, Paul. (1998). Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido. Siglo veintiuno.

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Zambrano, María (2007). Filosofía y educación (manuscritos). Club Universitario.

 

Author: RUDICS

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