Panorámica de las perspectivas analíticas de las actuales sociedades humanas

DOI: https://doi.org/10.22201/fesc.20072236e.2015.6.11.3

PANORAMIC OF ANALYTICAL PERSPECTIVES OF CURRENT HUMAN SOCIETIES

 

Pedro Díaz Miguel

Doctorando de la U.N.E.D. España.

Correo electrónico: pedrodiazmiguel@hotmail.com

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RESUMEN

 

Numerosos analistas de los sistemas sociales humanos consideran que nos hallamos en una nueva fase histórica, ya que, como tal, requiere un nuevo paradigma analítico. Se entiende que en el nuevo sistema productivo y social se manifiestan actitudes que sobrepasan la anterior etapa industrial. La actual globalización sería uno de los resultados más llamativos. Ante la falta de consenso en la denominación de dicha época, diversos autores han propuesto sus calificativos y han aportados argumentos que vienen en su defensa. En el presente artículo, llevamos a cabo un recorrido por aquellos que pueden resultar más interesantes, tras el cual podremos obtener una panorámica más completa de las propuestas analíticas de las sociedades humanas actuales.

 

ABSTRACT

 

Numerous human social systems analysts considered that we are in a new historical phase since, as such, it requires a new analytical paradigm. Means that in the new productive and social system manifested attitudes that exceed the previous industrial stage. The current globalization would be one of the most striking findings. In the absence of consensus on the name of that period, various authors have proposed their qualifiers and have provided arguments that come to his defense. In this article, we conducted a tour for those who may be most interesting, after which can get a more complete overview of the analytical proposals of current human societies.

 

PALABRAS CLAVE:

Cambio de paradigma, sociedades actuales, nuevas tecnologías, perspectivas analíticas.

 

KEYWORDS:
Change of paradigm, current societies, new technologies, analytical perspectives.

 

1. INTRODUCCIÓN

a.

A efectos temporales, la actual fase histórica humana que examinamos en este artículo coincide, en líneas generales, con lo que F. Spier (2011: 381) denomina “la tercera oleada de la globalización”, en la que observa algo esencial: el nacimiento y el empleo de las denominadas nuevas tecnologías. Cronológicamente, abarca las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI, un período, a escala histórica, muy breve, reciente y presente.

Se expone la existencia de esta etapa histórica como entidad, en un análisis específico, con diversos y llamativos motivos[1]. Uno de ellos se asienta sobre un lugar común que se ha dado numerosas veces a lo largo de la historia y que indica que, generalmente, los individuos han contemplado su época como especial y radicalmente diferente a la existente anteriormente[2].

No cabe duda de que existe un buen número de investigadores que reflexionan que esta vez sí estamos realmente ante unos cambios trascendentales para la humanidad. Pero, solo siendo coherentes, habrá suficientes elementos de juicio como para corroborar dicha afirmación en el futuro, cuando los analistas puedan descubrir si, realmente, ha sucedido así, pues, vale apuntar que “el tiempo puede actuar como un limpiador de ruido” (Taleb, 2013: 404)[3].

Además de este argumento, existen otros motivos de mayor enjundia. A. Giddens (2000: 13) encuentra que “vivimos en un período crucial de transición histórica”. Para J. Rifkin (1996: 18), está claro que estamos en una “nueva fase de la historia mundial”. Razona que, tras la crisis del modelo anterior, que, fundamentalmente, ha buscado, en los últimos cien años, la sustitución del orden natural por un orden técnico, vuelve la necesidad de encontrar un equilibrio entre lo ecológico, lo tecnológico y lo cultural. Derivado de ello, surge un planteamiento integral. U. Beck (1999: 3) señala que, respecto a la capacidad de entender la época actual, se necesita un cambio de paradigma a nivel sociológico y político.

En esta etapa, se constata que la producción global sigue siendo de un crecimiento acelerado o exponencial. Continúa, con mucha más fuerza aún, el consumismo como forma esencial de vida en los países dominantes y, en proporcional medida, en el resto. Debido a esta dinámica, “compramos innumerables productos que en realidad no necesitamos y que hasta ayer no sabíamos que existían” (Harari, 2014: 382). La obsolescencia programada se convierte ya en algo cotidiano y asumido por la mayoría de la población. Siguiendo esta dinámica, el cultivo artificial de necesidades resulta una empresa mundial monumental, pues se cuenta, cada vez más, con fuerzas poderosas para fabricar deseos, como la publicidad, la televisión o el centro comercial (Durning, 1994: 101).

Pese a todo lo señalado anteriormente y al innegable optimismo que destila se aprecia que no se han superado a nivel mundial, las grandes contradicciones existentes anteriormente, en términos absolutos y globales, pues, aunque una elevada cuantía de individuos ha alcanzado un nivel de vida nunca visto, hay un número mucho mayor de personas con una calidad de vida deplorable especialmente desde un punto de vista comparativo y de posibilidades.

En esta fase, el motivo principal que ha obligado a modificar el factor ecológico está en la necesidad de sustituir el omnipresente petróleo como fuente de energía básica. Por esta causa, la energía nuclear ha pasado a cobrar un lugar importante como alternativa en el proceso. Otra propuesta se orienta hacia el ahorro y la diversificación energética, aunque este objetivo queda muy lejos de la realidad, debido a las enormes necesidades existentes. Vinculado a esta última alternativa, ha surgido el concepto de desarrollo sostenible[4]. Pero a fecha de hoy, se puede confirmar que los resultados han sido muy escasos. Se entiende que el factor tecnológico es y será una clave en la productividad energética, que deberá apoyarse en una mejora de los rendimientos aunque, pensamos, se encuentra muy lejana la solución definitiva.

Otra clave del período histórico actual está en el desarrollo de las nuevas tecnologías, sobre todo las aplicadas al ambiente en respuesta a las incipientes demandas y valores de la sociedad denominada por D. Bell, posindustrial[5]. También hay que tener muy en cuenta otras recientes y pujantes tecnologías, especialmente las referidas a la electrónica, la nanotecnología[6] y la genética[7]. Vinculada a ellas, una de las más importantes es la biotecnología, que ha adquirido un papel transformador en muchos aspectos de las sociedades. Para E. Muñoz (2001: 19), “se trata de la aplicación del conocimiento de las ciencias de la vida con el fin de resolver problemas prácticos”. Para una visión optimista como la de L. M. Silver (1998: 109), una técnica biotecnológica como la fertilización in vitro nos permite tener “el futuro de nuestra especie en nuestras propias manos”. En este sentido, considera que la clonación de la oveja Dolly rompió las barreras de la tecnología (Silver, 1998: 131) y que “las posibilidades futuras de la reprogenética son casi ilimitadas” (Silver, 1998: 243), pero nos avisa de que “las consecuencias genéticas de la clonación pueden ser realmente extrañas” (Silver, 1998: 233).

Para no perder un marco de información global en nuestro análisis, esencial para comprender lo sucedido, se debe recordar que los cambios poblacionales a nivel mundial siguen un ritmo que se puede entender como desbocado. En el año dos mil, la población mundial ha superado los seis mil millones de personas; quince años más tarde se ha superado la cifra de siete mil millones, de los cuales, más de la mitad vive ya en lugares de más de veinte mil habitantes.

Otro aspecto importante que debemos referenciar es el que señala que las disparidades existentes entre países escasamente han sido mitigadas y se aprecia su presencia constantemente.

b.

Un hecho que llama la atención, cuando se lleva a cabo un análisis de la realidad reciente de nuestros sistemas sociales, que está en boca de teóricos, políticos y población en general, es lo que se denomina, mayoritariamente, globalización[8].

La extensión de las redes que han ido conectando las diversas sociedades ha sido una constante a lo largo de la historia, como un proceso continuo y en crecimiento acelerado. En la actual etapa, dicho proceso ha llegado a constituir un elemento básico “donde a consecuencia de la interconectividad, la ubicación física importa menos que nunca” (Sexton, 2012: 18). Aunque, desde la perspectiva de un análisis calmado, parece dudoso que la globalización pueda atender las principales necesidades de alcance mundial y priorice los intereses particulares generales[9].

En un principio, el fenómeno de la globalización recogería, esencialmente, la tendencia de los mercados y las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión planetaria, que supera los límites de los Estados nacionales[10]. Con este proceso globalizador, el sistema capitalista dominante convierte el mundo aún más en una unidad económica de intercambios. Se trata de la culminación del proceso de maximización de beneficios y cuyos resultados nos afectan a todos. Como se puede apreciar, la globalización cuestiona el poder de los Estados nacionales y la independencia de sus economías, ya que las naciones no son capaces de ser las unidades del mapa en los procesos económicos.

Tales premisas provocan una serie de injusticias y son causa de exclusión social, porque resulta ser un sistema asimétrico[11]. En esta dinámica, cada Estado individual pierde su autonomía, y la democracia, muchas veces, queda supeditada a la decisión de los monopolios transnacionales y los grandes grupos financieros, pasando los objetivos empresariales a convertirse en los objetivos nacionales.

Ante la disyuntiva presentada, hay quien señala que “nos vemos propulsados hacia un orden global que nadie comprende del todo” (Giddens, 2000: 19)[12].También, la globalización abarca múltiples aspectos, ya que además de económica, es política, tecnológica y cultural por lo que se puede señalar que “vivimos en un mundo en el que la globalización ya es un hecho” (Friedman, 2010: 71). Con ella se puede expresar que estamos en presencia de un único mundo, aunque, pensamos, cada vez más polarizado económica y socialmente.

La globalización ha hecho que los países dominantes impongan sus costumbres al resto fomentando una creciente uniformidad, con la carga negativa que ello tiene, pues, cuando una cultura muere: “el mundo se convierte en un lugar más aburrido” (Davis, 2007: 447).

Para T. Friedman (2006: 19), actualmente “la globalización ha alcanzado un grado totalmente nuevo y de orden superior”, fruto del cual se plantea la cuestión de que la Tierra se ha vuelto plana. Con ello quiere señalar que, gracias a una serie de fuerzas niveladoras[13] que han ido convergiendo, “se ha creado un terreno de juego más horizontal que el anterior” (Friedman, 2006: 193), que llega a abarcar a casi la totalidad de la población mundial y donde Internet hace que, íntegramente, el planeta se convierta en una sola plaza de mercado. Para este autor, este aplanamiento del planeta es imparable (Friedman, 2006: 271), por lo que contempla que el mundo se encuentra en la Era del Planismo. El autor presenta sus propuestas como el fruto del desarrollo positivo del capitalismo a escala mundial, guiado por las virtudes del mercado (Friedman, 2006: 239).

Tras haber lanzado la propuesta de la evidencia de un mundo plano “en el que la conectividad se torna más estrecha y veloz cada día” (Friedman, 2010: 31), en sus posteriores análisis, T. Friedman (2010) se vuelve mucho más crítico con la situación mundial y plantea que la Tierra actual, además de ser plana, se encuentra caliente y está abarrotada, por lo que necesita una revolución verde para tratar de solucionar semejante problema. Razona que “nuestro estilo de vida no se puede transmitir a otra generación sin consecuencias catastróficas” (Friedman, 2010: 17). Señala que, como vivimos en un mundo donde la globalización ya es un hecho, el objetivo común debe ser conseguir “una globalización sostenible” (Friedman, 2010: 72), pues “el impacto de la globalización está creando una metástasis: somos el asteroide” (Friedman, 2010: 240).

Frente a este mundo plano defendido por T. Friedman, no faltan autores que empiecen a considerar la presencia de posturas sobre la existencia de posibles frenos a la globalización y se pregunten “por qué el mundo está a punto de hacerse mucho más pequeño” (Rubin, 2009). Ello se debe, argumenta dicho autor, a la dependencia casi total de nuestras sociedades al consumo de petróleo y a que este está alcanzado precios prohibitivos (Rubin, 2009: 13), cuestión que puede suponer “el final de nuestro modo de vida actual” (Rubin, 2009: 34). Según señalan numerosos analistas, las sociedades se han permitido muchos productos de fabricación extranjera gracias a los bajos costes del transporte existentes hasta ahora, pero con el alza de estos costes se tenderá a la producción local y “las fuerzas de la globalización se detendrán” (Rubin, 2009: 243).

c.

Consideramos que es conveniente, para la comprensión de la dinámica de las sociedades recientes, apuntar diversos aspectos que hagan hincapié en cuestiones que creemos importantes, algunas de las cuales presentamos a continuación.

Así, J. Echeverría (1994) nos habla de la existencia, en esta época, de una telépolis[14] o ciudad a distancia. Con ello viene a expresar que se presenta al mundo como una única ciudad, con la televisión como su centro y paradigma. Argumenta que, ahora, la imagen del producto es lo que interesa y se funda la calle, la casa y el trabajo en una sola cosa. Internet pasaría a ser una calle pública. También apunta que el ocio de los telepolitas se convierte en una actividad productiva por medio del telemercado (Echeverría, 1994: 99).

Señala R. Folch (2011: 21) que “vivimos en un cambio de época, el ocaso de la civilización industrial”. Pero apunta que “la sociedad posindustrial no será una negación de la industrial” (Folch, 2011: 37), pues “el calificativo posindustrial quiere desmarcarse de la cultura industrial, no de la industrialización” (Folch, 2011: 260). Para este autor, por un lado, emerge una sociedad del conocimiento, pero, por otro, junto a ella “una sociedad de la ignorancia” (Folch, 2011: 116). Asimismo, y en esta misma línea argumentativa, considera que “Internet ha traído más información, pero no más conocimiento” (Folch, 2011: 251).

Para A. Touraine (2005: 13), a la luz de los acontecimientos de cambios radicales en el momento histórico actual, existe “una necesidad de un nuevo paradigma definitorio”. Para este autor, está claro que estamos en lo que “ciertas mentes preclaras llaman la sociedad de la comunicación” (Touraine, 2009: 13).

d.

En el análisis bibliográfico llevado a cabo para elaborar este artículo, hemos comprobado que no existe unanimidad a la hora de denominar esta etapa histórica entre los cuantiosos estudiosos que la han intentado examinar. Por esta causa, exponemos a continuación una serie de apartados en los que nos adentramos en los diversos calificativos por los que ha sido nombrada y de las cualidades que la acompañan[15]. Para lograrlo, nos hemos centrado en determinar aquellos que hemos encontrado más importantes e ilustrativos, aunque, seguramente, existan unos cuantos más y no dudamos que se irán sumando otros con el tiempo.

Hallamos que, con esta propuesta, la metodología utilizada para estudiar las sociedades avanzadas tecnológicamente hace gran hincapié en las diversas perspectivas argumentativas que se han empleado para analizarlas. El amplio abanico de propuestas nos faculta para obtener diversos ángulos de análisis y conocer aquellos aspectos que cada autor entiende como más definitorios.

2. LA SOCIEDAD POSINDUSTRIAL[16]

Se puede empezar este recorrido con D. Bell, uno de los pioneros en el análisis de esta época. Para su definición conceptual general defendió el término sociedad posindustrial. Su obra lo argumenta y dota de personalidad con una serie de rasgos básicos que la definen, como que, en el sector económico, se aprecie un giro desde la industria hacia los servicios; en cuanto a la tecnología, piensa que la centralidad recaerá en las nuevas industrias basadas en la ciencia; en el terreno sociológico, plantea que se dará un crecimiento de las nuevas élites técnicas y surgirá un desconocido principio de estratificación (Bell: 1991). En este período, el conocimiento teórico pasa a tener un carácter central en la sociedad[17]. La clase trabajadora manual entra en franco retroceso mientras que la clase trabajadora del conocimiento puede llegar a ser predominante.

Según este autor, esta época tenía tantas características importantes que se dotó de entidad propia y se ubicó en un lugar específico en el conjunto de la historia de los sistemas sociales humanos[18]. Para D. Bell (1991: 146), con el concepto de sociedad posindutrial se señala uno de los patrones ordenadores para hacer más inteligibles los cambios complejos llevados a cabo en las estructuras sociales occidentales y, en mucho menor medida, en el resto, lo que referencia, explícitamente, la existencia de una fuerte polarización planetaria. D. Bell (2004: 144) establece que en esta etapa, puesto que se centra en los servicios, se da un “juego entre personas” en un mundo donde las modalidades más llamativas son el conocimiento científico, la educación superior y la organización comunitaria. Entiende que, de su plasmación, resulta un sistema social básicamente comunal. Además, en esta sociedad posindustrial, será cada vez más necesario tomar decisiones conscientes (Bell, 1991: 63). N. Chomski (2000: 67) argumenta que D. Bell, en sus análisis y propuestas, plantea que con esta época habría llegado el final de las ideologías.

Como vemos, D. Bell presenta un extenso trabajo sobre la sociedad posindustrial, que ha tenido un carácter seminal. En él establece lo que sería la consolidación de lo que se ha dado en llamar la Tercera Revolución Industrial[19], que viene a ser corroborada por otros autores posteriores. Hay quien encuentra que estamos inmersos una revolución tecnológica, que con sus novedosas características “está modificando la base de la sociedad a un ritmo acelerado” (Pérez Marín, 2011:163), por lo que estamos asistiendo “a una auténtica revolución, como las industriales, políticas y sociales del siglo XIX” (Pérez Marín, 2011: 172). Otros estipulan que se trata, claramente, “de la tercera gran revolución que ha tenido la humanidad” (Borbolla Camarero, Vázquez Achotero, 2011: 140). Para D. Innerarity (2011: 243), la sociedad posindustrial de los países avanzados se caracteriza porque “los recursos de información y conocimiento han crecido poderosamente en relación con los recursos materiales y energéticos”.

En este apartado, puede ser incluida la propuesta de análisis llevada a cabo por A. Touraine, también en época muy temprana. Titula su obra, significativamente, La sociedad post-industrial (Touraine: 1974). A pesar de dicho título, en ella no hace hincapié en el aspecto posindutrial de las nuevas sociedades. Así, al inicio de su análisis, señala que ante nuestros ojos se están formando sociedades de un nuevo tipo[20]. Razona que “se las denominará sociedades post-industriales si se pretende señalar la distancia que las separa de las sociedades de industrialización que las han precedido, y que todavía se mezclan con ellas tanto bajo su forma capitalista como bajo su forma socialista. Se las denominará sociedades tecnocráticas si se pretende designarlas según el poder que las domina. Se las denominará sociedades programadas si se intenta definirlas ante todo por la naturaleza de su modo de producción y de organización” (Touraine, 1974: 5). A. Touraine (1974: 5) entiende que esta última expresión, las sociedades programadas, es la más útil por ser la que indica más directamente la naturaleza del trabajo y de la acción económica. Interpreta este autor que estamos asistiendo “al nacimiento de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad programada” (Touraine, 1974: 232). Señala que dicha sociedad programada de hoy está dominada por el nuevo conflicto entre tecnócratas y consumidores y en ella, “el enfrentamiento de las direcciones de la empresa y de los sindicatos no está ya en el centro de las luchas políticas” (Touraine, 1974: 196). Considera que “a medida que se desarrolla la civilización industrial, asistimos a la disolución de las clases como seres sociales” (Touraine, 1974: 7).

Hay autores que no consideran que vivamos en una era postindustrial. Para H-J. Chang (2012: 113), “es posible que vivamos en una sociedad postindustrial en el sentido de que la mayoría no trabajamos en fábricas”. Así que entiende que “los países ricos de la actualidad se han vuelto sociedades postindustriales en el sentido social” (Chang, 2012: 117), pero señala que “no se han vuelto postindustriales en el sentido económico” (Chang, 2012: 117)

3. LA ERA DEL ACCESO

Vinculada a la denominada globalización, encontramos lo que ha designado J. Rifkin (2000) como la era del acceso[21]. Este autor estima que, en esta época actual, se pasa del capitalismo industrial al capitalismo cultural. Asimismo, plantea que se transforman las relaciones humanas en relaciones comerciales, resultando de ello que todo el tiempo se convierte en tiempo comercial. Señala que buena parte del nuevo mercado se desarrolla en el ciberespacio y considera que Internet es la red de redes de la comunicación. Con esta evolución, el carácter físico de la economía se reduce considerablemente. Paralelamente, establece que surge un nuevo modo de vida: vivir de prestado, con lo que quiere estipular que se pasa de la propiedad del capital físico a su arrendamiento. A su vez y dentro de esta dinámica, el sistema de mercado de franquicias gana terreno continuamente. El resultado final es que, prácticamente, todo en la sociedad se puede convertir en un servicio y, concluye que, con esta tendencia, al final, se regalarán los bienes y se cobrará por los servicios.

Afirma que lo anterior conduce a una mercantilización de las relaciones humanas, volviendo a cada individuo cautivo de una comercialización omnipresente. Así, el marketing se transforma en la estructura básica de la nueva economía red. La realidad se transmuta en la hiperrealidad, en la que no existe un momento de respiro para el individuo. Cobran total relevancia las fuerzas que fabrican deseos, como la publicidad, la televisión o el centro comercial. Las necesidades creadas y el ocio ofertado, tras haber invadido la vida de los individuos, pasan a ser considerados como naturales.

Argumenta que esta nueva economía, que funciona en forma de red, se definiría por una continua desmaterialización de los bienes, por lo que, a veces, habla de una sociedad posindustrial que utiliza cada vez menos materiales debido a que su economía se asienta más en los servicios que en la industria. A consecuencia de ello, la producción no quedaría como el principal objetivo, sino que sería la mercantilización. Pero resulta, para algunos autores, que el argumento de este planteamiento analítico comete un grave error, pues ignora que “los servicios dependen de la base industrial y de los materiales traídos y extraídos de todo el mundo” (Meadows, Meadows, Randers, 1992: 111)[22].

J. Rifkin propone que, en esta era del acceso, se da un estilo de vida completamente prefabricado. La cultura pierde realidad y es arrastrada, inexorablemente, hacia el mercado de la comunicación. Ahora, la plaza pública tradicional es suplantada por el centro comercial. El entretenimiento sustituye a la cultura. Se crece en entornos electrónicos simulados: la realidad pasa a ser aparentada, el ciberespacio es el nuevo espacio[23].

J. Rifkin (2000) establece, en su argumentación, un paralelismo entre la biodiversidad y la diversidad cultural. Aboga por buscar un mundo donde las dos tengan su máxima expresión.

Para este autor, la era del acceso sería el estadio posmoderno. Históricamente, los modernos habían introducido la imagen de progreso, que iba estrechamente unida a la propiedad privada, pero ahora surgen otras ideas, como las recogidas bajo el manto del concepto de posmodernidad, que quieren considerarse como dominantes en unas sociedades capitalistas de riqueza sin precedentes y de consumo muy alto (Anderson, 2000: 164).

Para muchos analistas, especialmente para los teóricos que examinan los actuales sistemas sociales humanos, la nueva brecha que divide a dichos sistemas sociales está ubicada entre los sectores conectados y los sectores desconectados. Además, se tiene como un hecho consumado que, en el proceso global, el papel del Estado queda extremadamente disminuido.

Esto no quiere indicar que se ignoren los grandes males de la época. J. Rifkin (1996: 287) nos señala que la visión materialista de la historia ha conducido a nuestras estructuras sociales a un irrefrenable nivel de consumo, llevando a la biosfera de nuestro planeta a una situación de carencia de recursos, por un lado, y a una importante situación de polución medioambiental, por otro. La rápida conversión del patrimonio natural heredado en una abundancia sin parangón hasta ahora de bienes y servicios ha conducido a un recalentamiento del planeta, a una considerable disminución de la capa de ozono, a una deforestación en masa, a una ampliación de las zonas desérticas, a la completa extinción de ciertas especies y a la desestabilización de la biosfera.

De forma paralela J. Rifkin, asimismo gran valedor de la definición de la Tercera Revolución Industrial, contempla que los combustibles fósiles están tocando a su fin y que se ha producido una revolución en la información y en las tecnologías (Rifkin, 2011). También anuncia (Rifkin, 1996: 117) que dicha “Tercera Revolución Industrial fuerza una crisis económica” de ámbito mundial de proporciones monumentales, a causa de que millones de personas perderán sus puestos de trabajo debido a las innovaciones tecnológicas, mientras que el poder adquisitivo se desplomará.

Para él, no cabe duda de que a la anterior Segunda Revolución Industrial se le está acabando el tiempo y con la Tercera Revolución Industrial el tiempo se convierte en una mercancía escasa y el acceso a los servicios desbanca a la propiedad como impulso primordial comercial.

Indica una serie de pilares esenciales para mejorar las posibilidades futuras basados en los siguientes argumentos: la existencia de una transición hacia las energías renovables, la construcción de edificios que autofabriquen energía in situ, el empleo de una tecnología de almacenaje de hidrógeno y productos semejantes y la formación de una interred de energía eléctrica al modo de Internet, que abrirá el camino a una transición hacia una flota de vehículos eléctricos.

4. LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN

Podemos calificar a M. Castells como uno de los principales autores que ha defendido la especificidad de la etapa actual de nuestras sociedades. En sus líneas maestras, la denomina como la sociedad de la información[24] y la defiende con un amplio corpus teórico.

Para M. Castells, durante el período histórico reciente, surge un nuevo paradigma tecnológico organizado en torno a las tecnologías de la información. Para una mejor comprensión de lo acontecido, propone cambiar el énfasis puesto por los análisis en el posindustrialimo y centrarlo en el concepto informacionalismo (Castells, 2000: 258), a la vez que contempla que “la modernidad tardía está llegando a su fin” (Castells, 1998 A: 32).

Según M. Castells, en la década de los años setenta del siglo pasado, empezaron a desarrollarse los tres procesos históricos determinantes que convergen para la formación de la sociedad de la información: la revolución tecnológica, basada en Internet, la microelectrónica y la ingeniería genética, que se convertirían en los pasos previos y constituyentes de la formación de una nueva economía global y una inédita forma de producción y gestión económica (Castells, Hall, 2001: 21), lo que supondrá un avance de gigante en la esfera de la circulación del capital. Se señala que “las nuevas tecnologías de la información resultan decisivas” (Castells, Hall, 2001: 23). Para él, queda totalmente definido que, en este mundo de una economía flexible, se ha generado un nuevo espacio industrial que ha derivado en un paradigma tecnológico que está organizado en torno a las tecnologías de la información. Este investigador (Castells, 1998 A: 393), señala que se están variando de significado las instituciones del sistema industrial anterior; concluye que de las consecuencias de todo este profundo proceso ha de resultar algo tan importante que podrá ser comparado con la clásica revolución industrial (Castells, 2000: 61).

Constata que se ha transformado el mundo de los medios de comunicación, pues el nuevo sistema cambia, radicalmente, el espacio y el tiempo implicando una dimensión de flujos y un tiempo intemporal. Las guerras instantáneas son un atributo de las nuevas sociedades informacionales, con hechos de insurgencia significativos como el movimiento zapatista mexicano, que, para él, se convirtió en la primera guerrilla informacional.

Se trata del nacimiento de un nuevo tipo de estructura social (Castells, 2000: 44), pues se aprecia, claramente, que se ha alterado, fundamentalmente, el modo en “que nacemos, vivimos, aprendemos, trabajamos, producimos, consumimos, soñamos, luchamos o morimos” (Castells, 2000: 63).

Argumenta que, con el advenimiento de esta nueva sociedad, se está poniendo fin al tradicional dominio patriarcal y el tipo estándar de familia acabará volviéndose minoritaria. También determina que se aprecia un fomento del feminismo. Con la dinámica general, el Estado-nación parece haber perdido gran parte de su poder y se ve impotente a la hora de controlar la política monetaria. Surge la crisis de la democracia, pues la política se ha transformado en un espectáculo y un mundo de marketing.

Añade que se ha promovido una globalización de la delincuencia y la corrupción ha pasado a ser “un ingrediente básico de la vida pública en el mundo” (Castells, 1998 A: 367). Con este proceso, nace una conexión perversa: la economía criminal global, cuyo núcleo es el blanqueo de dinero.

Otros aspectos representativos que introduce M. Castells y que pueden arrojar luz sobre la nueva época pueden ser los que a continuación se exponen. Piensa que se da una crisis del estatismo industrial. Asimismo, se ha ocasionado el sorprendente colapso de un referente mundial como la Unión Soviética y señala como una causa importante de tal derrumbe, que había perdido el tren de la revolución tecnológica de la información, pues “el sistema no pudo dominar la revolución tecnológica más importante de la historia” (Castells, 1998 B: 91). El resultado ha sido que se ha provocado un gigantesco saqueo de las antiguas estructuras sociales por parte de una determinada élite, en su transición hacia el capitalismo que él identifica como salvaje.

Este sociólogo no oculta que el “ascenso del informacionalismo va unido al aumento de la desigualdad y la exclusión en todo el mundo” (Castells, 1998 B: 95), como “el apartheid tecnológico africano en los albores de la era de la información” (Castells, 1998 B: 117) o el aumento de la desigualdad social en EE. UU., que, en esta época, pasa a tener la mayor población reclusa del planeta porcentualmente. Además, hay que resaltar que existe un Cuarto Mundo que “es un compendio de agujeros negros de exclusión social” (Castells, 1998 B: 191).

Para M. Castells, Internet ejemplariza la mayoría de los aspectos de la nueva sociedad. Esta tecnología, como muchas otras, tiene su origen en la estructura militar de EE. UU., pues surgió como respuesta a que un posible ataque pudiera dejar sin comunicación interna al ejército. Posteriormente, dio el salto a la sociedad civil. Este autor encuentra que Internet es el resultado de la unión de la gran ciencia con la investigación militar y la cultura de la libertad. Reconoce que esta nueva forma de información y comunicación es “una extraordinaria aventura humana” (Castells, 2001: 23). Argumenta que, si la microelectrónica vino a transformar el mundo de la informática, Internet ha venido a modificar la práctica empresarial, ya que “la nueva economía tiene su motor en la tecnología de la información” (Castells, 2001: 118). Entiende que Internet fue creada también como un medio para lograr más libertad y que está demostrado que ha transformando muchos aspectos de la sociedad, pero que, a su vez, no se debe ocultar que, paralelamente, ha ampliado la brecha de la desigualdad entre los que no tienen Internet y los que sí.

La conclusión sintética que se extrae de sus análisis es que la Galaxia Internet es el nuevo entorno de la comunicación[25].

5. LA SOCIEDAD POSMODERNA

Otro término que ha venido a calificar la época actual y que ha tenido un importante éxito es el de posmodernidad, expresión popularizada, entre otros, por J-F Lyotard, y que viene a calificar el agotamiento de la modernidad establecida en la etapa anterior, de la que se pasaría a la sociedad posmoderna[26]. Para P. Lyon[27] (2000: 19), esta época está caracterizada por un intenso consumismo y, en ella, la televisión pasar a ser el espejo del mundo.

En este nuevo período se otorga una gran importancia a las tecnologías de la información. Se establece que el posindustrialismo y la era de la información están imbuidos de fe en el progreso tecnológico. Se denuncia el potencial que tienen las nuevas tecnologías para llevar a cabo un control sobre el individuo. También se plantea si la transformación actual es de tal magnitud que “deberíamos abandonar toda referencia a la antigua terminología” (Lyon, 2000: 100).

Se afirma que la ciudad posmoderna ofrece al espectador la “mirada del turista” (Lyon, 2000: 114) y que las certidumbres de la ciencia se han derribado. Para este autor, puede ser que la posmodernidad no sea más que la lógica cultural del capitalismo tardío. Ve la posmodernidad como “el nuevo y paradójico paradigma cultural” (Lyon, 2000: 138).

Los posmodernos rechazan la idea de una realidad fija y cognoscible y, a su vez, sostienen que es un hecho consumado que el capitalismo liberal ha triunfado sobre sus dos principales contrincantes históricos: el fascismo y el comunismo (Lyotard, 1996: 137).

La televisión y el ciberespacio son los lugares donde se pasa la mayor parte del tiempo, en un ámbito simulado, cuyo resultado vendría a suponer la concreción del gran teatro del mundo. Con todos estos elementos, el mundo donde se vive aparece como un gran escenario Según J. Ibáñez (2002: 180), “en la modernidad, los paraísos estaban delante: progreso, revolución. En la posmodernidad, están detrás: regreso, involución”.

Bajo el manto de la posmodernidad, se presentan nuevas teorías como la del caos, la de la complejidad y la de las estructuras disipativas. Se busca la cultura hiperreal del nanosegundo.

No faltan otros autores que también encuentran que el momento histórico actual exige el calificativo de posmodernidad. En esta época posmoderna, E. Rojas (2003: 65) sitúa al hombre light, que pasa por tener una vida sin valores, imbuido de hedonismo, de consumismo, de permisividad y de relatividad (Rojas, 2003: 13). Hay quien considera que en la etapa posmoderna, “el trabajo es físicamente menos agotador y más interesante” (Skidelsky, Skidelsky, 2012: 40).

Según G. Imbert (2010: 18), “vivimos en la opulencia informativa”, donde manda el imperialismo de la actualidad. Con ella entraríamos en la postelevisión, la hipervisibilidad y en el reino de lo preformativo. Considera que “el sujeto posmoderno aparece como una forma a veces vacía” (Imbert, 2010: 41). Es una época que va más allá de la modernidad, por lo que puede ser calificada como sobremodernidad (Imbert, 2010: 141)[28].

En una línea argumentativa semejante a la seguida por la posmodernidad, otros autores, como G. Lipovetsky y J. Serroy (2010: 7) hablan de la era hipermoderna, la era de la cultura-mundo, el hiper-capitalismo, la hipertecnificación, el hiperindividualismo y el hiperconsumo (Lipovetsky, Serroy, 2010: 34). Todo ello nos habla de una inédita gran transformación (Lipovetsky, Serroy, 2010: 68), donde se ha instalado una nueva cultura, la de las marcas.

En este apartado también podemos incluir el término modernidad avanzada para calificar la época actual, ya que, como tal, es utilizado por algunos autores (Beck: 1998). Z. Bauman (2012: 173) añade que nos encontramos “en plena época de lo que un gran número de observadores consideran la modernidad tardía”. También B-C. Han (2012: 45) habla de que nos hallamos en “la modernidad tardía”, lo mismo que C. Mongardini (2007: 87).

6.  LA SOCIEDAD LÍQUIDA

El investigador social Z. Bauman presenta una perspectiva propia de la época presente. En sus análisis, hace hincapié en las numerosas ambigüedades de las sociedades actuales, a las que califica como las sociedades líquidas[29]. En ellas, se pasa de las formas sólidas de la modernidad, que no pueden mantenerse por más tiempo, a las formas líquidas (Bauman, 2010: 7). Indica que “el mundo que denomino líquido es porque, como todos los líquidos, no se mantiene inmóvil ni conserva mucho tiempo su forma” (Bauman, 2011: 9). Según sus planteamientos, “la sociedad moderna líquida es aquella en la que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas” (Bauman, 2012: 9). Para él, la vida líquida moderna se presenta como “la escenificación cotidiana de la transitoriedad universal” (Bauman, 2005: 126).

Señala que esta modernidad líquida es la civilización del exceso, de lo superfluo, del residuo y de la destrucción de dicho residuo, llegándose a la realidad de que “masas de seres humanos son vertidos en superfluos por el triunfo del capitalismo global” (Bauman, 2010: 49). Plantea que, en la sociedad líquida, se da una implacable devaluación del plazo largo, ya que hay que poseer lo que uno quiere sin demora[30]. Encuentra que el creciente consumo no lleva “a la seguridad ni a la saciedad, sino a la ansiedad” (Bauman, 2009 A: 35).

Se trata de la vida moderna avanzada o moderna líquida (Bauman, 2005: 159). Con ella surge el miedo líquido, un miedo a la incertidumbre o a la ignorancia (Bauman, 2007: 10). Paradójicamente, nuevos peligros se descubren y se anuncian casi a diario. Estos peligros que “tanto tememos trascienden nuestra capacidad para actuar” (Bauman, 2007: 34). Está claro que “en un planeta globalizado de forma poco equitativa, es imposible obtener la seguridad en un solo país” (Bauman, 2010: 16). En estas sociedades líquidas, “la vigilancia ha adquirido un estado líquido” (Bauman, Lyon, 2013: 7), “está basada en el procesamiento de la información” (Bauman, Lyon, 2013: 20) y “se ha difuminado especialmente en la esfera del consumo” (Bauman, Lyon, 2013: 10). Entiende que “los desechos son el producto básico y, posiblemente, más profuso de la sociedad moderna líquida” (Bauman, 2012: 19).

Los planteamientos defendidos por Z. Bauman nos remiten a los señalados por M. Berman (2013) en su obra titulada, significativamente, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. En la primera parte del título se alude a una frase del Manifiesto Comunista de C. Marx y F. Engels[31]. M. Berman se refiere, en su estudio, a la época moderna que surgió tras la industrialización, especialmente en los siglos XIX y XX. Con este pensamiento se aprecia “la tendencia de la materia sólida a descomponerse y desvanecerse como el hecho fundamental de la vida moderna” (Berman, 2013: 248).

7. LA SOCIEDAD DEL RIESGO

Hay autores que encuentran lo más importante de nuestras sociedades actuales en algunos de sus efectos más significativos. Una propuesta que tiene predicamento es la defendida por U. Beck. Este sociólogo califica a los sistemas sociales presentes como sociedades del riesgo. Argumenta que este tipo de sociedad sería “el último baluarte de la tecnología” (Bauman, 2009 A: 228). U. Beck (2006: 121) razona que “la sociedad industrial se ha transformado en una sociedad del riesgo a través de sus propios peligros sistemáticamente producidos”.

Se reconoce que, para detectar las nuevas amenazas, se necesitan los órganos sensoriales de la ciencia, y que la determinación de los riesgos está basada en posibilidades matemáticas (Bauman, 2009 B: 229)[32]. Debe quedar claro que “en la modernidad avanzada, la producción social de riqueza va acompañada por la producción social de riesgos” (Beck, 1998: 25), con el añadido de que el riesgo actual es global. Argumenta que “no es una opción que se pueda elegir o rechazar, pues surge de los procesos de modernización, que son ciegos y sordos a sus propios efectos y amenazas” (Beck, 1997: 19).

Este investigador contempla, a la vez y de forma consustancial, que la sociedad del riesgo es también la sociedad de la ciencia, de los medios y de la información, aunque señala que “las ciencias no están en situación de reaccionar adecuadamente ante los riesgos de la civilización, ya que son parte responsable en el crecimiento de los mismos” (Beck, 1998: 66). Por eso, se puede apuntar que la ciencia se ha convertido en el administrador supremo de la contaminación global del hombre y de la naturaleza. A su vez y en la dinámica del proceso, la ciencia ayuda a ampliar los conocimientos sobre los fundamentos de las sociedades actuales (Beck, 2006: 175), con lo que la misma sociedad se hace reflexiva, pues se preocupa de las consecuencias no deseadas.

8. LA SOCIEDAD DEL CANSANCIO Y DE LA TRANSPARENCIA

En la segunda década del siglos XXI, el investigador B-C. Han ha aportado su particular visión sobre el hombre actual y lo ha ubicado en lo que él denomina, por un lado, la sociedad del cansancio (2012) y, por otro, la sociedad de la transparencia (2013), con las que se ha llegado a lo que califica como la agonía del Eros (2014) y al dominio de la psicopolítica (Han, 2014 B).

Este autor señala que las sociedades anteriores habían convertido al ser humano en una “máquina de rendimiento” (Han, 2012: 72), pero encuentra que “la sociedad de rendimiento y actividad produce un cansancio y un agotamiento excesivos” (Han, 2012: 72). Entiende que se da una “sobre abundancia de lo idéntico: el exceso de positividad” (Han, 2012: 19). Se aprecia cómo “se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento” (Han, 2012: 27).

Para B-C. Han, (2013: 11) “la sociedad de la transparencia se manifiesta, en primer lugar, como una sociedad positiva”, siendo la transparencia “una figura contrapuesta a la trascendencia” (Han, 2012: 27). En esta línea argumentativa, señala que “el tiempo transparente es un tiempo carente de todo destino y evento” (Han, 2013: 12). “La sociedad de la transparencia se convierte en un infierno de lo igual” (Han, 2013: 12), “no permite lagunas de información ni de visión” (Han, 2013: 17) y “es enemiga del placer” (Han, 2013: 35). Concluye que “la sociedad de la transparencia es una sociedad de la desconfianza y de la sospecha” (Han, 2013: 92), pues “la sociedad de la transparencia está cerca estructuralmente de la sociedad de la vigilancia” (Han, 2014 A: 99).

Anuncia B-C. Han (2014) que, en la época actual, se puede constatar la agonía del Eros, pues “en los tiempos recientes se ha proclamado con frecuencia el final del amor” (Han, 2014: 9). Llega a decir que el neoliberalismo “es un orden social del que ha desaparecido por completo el Eros” (Han, 2014, 43). Para él, “el Eros se manifiesta como aspiración revolucionaria a una forma de vida y sociedad completamente diferente” (Han, 2014: 70).

9. LA SOCIEDAD TECNOLÓGICAMENTE AVANZADA

J. F. Tezanos, catedrático de Sociología de la U.N.E.D., plantea una serie de importantes análisis de la época actual en los que establece unas pautas definitorias que debemos tener en cuenta. Así, constata que existe una sensación general de que nos encontramos ante una nueva época, “un nuevo paradigma de sociedad” (Tezanos, 2007: 32). Este sociólogo encuentra que la actividad industrial tradicional ya no es la referencia básica de los sistemas sociales actuales, pues la era de la sociedad industrial, tal como la hemos conocido, está tocando a su fin (Tezanos, 1997: 136). Se constata que ha surgido un nuevo modelo de sociedad posindustrial[33] o, con una mejor definición, “una sociedad tecnológica avanzada” (Tezanos, 1997: 22), de la que la propia sociedad posindustrial es un subtipo o una fase de transición.

En este período, se comprueba que se ha producido una radical transformación industrial, con la existencia de tres grandes revoluciones tecnológicas en marcha: en el campo de la microelectrónica, en el de la microbiología y en el de la energía. Se trataría de la tercera gran transformación global (Tezanos, 2009: 49), siendo las dos anteriores la revolución agraria y la revolución industrial. Este investigador aprecia una importante perplejidad cuando se produce un cambio de paradigma social (Tezanos, 1998: 321). Reconoce que cada nueva etapa tiene la característica de que no se sabe muy bien cómo debe ser calificada. Al no existir, hasta ahora, un “consenso para denominar el momento” (Tezanos, 1998: 322), se han planteado diversos nombres, como posindustrial, posmoderna, opulenta, postradicional, superindustrial, tercera ola, industrial/tecnológica, sociedad de los servicios, del ocio y de la información, entre otros. Reconoce que el elemento común de todos estos calificativos es el tecnológico, por lo que conceptúa el momento histórico actual como sociedad tecnológica avanzada. Con ella, surge el escenario de una civilización poslaboral, “en la que el trabajo ya no jugará el mismo papel que tenía anteriormente” (Tezanos, 2001: 15) y donde la robotización será una de las pautas fundamentales (Tezanos, 2001: 16).

10. OTRAS OBSERVACIONES

Pese a las bondades que se presuponen a la época actual, no faltan voces críticas referentes a las líneas maestras que se definen en el modelo estándar de las sociedades avanzadas tecnológicamente (SAT).

Se señala que esta era, que ha sido celebrada como un hito en la liberación de la humanidad de la tiranía del trabajo, no puede ocultar que “existe un mundo de desempleo, pobreza y bajo consumo” (Barnet, Cavanagh, 2005: 334). También J. M. Naredo (2006: 56) entiende que “no se da por ningún sitio la desmaterialización” de la que hablan y celebran los teóricos de la sociedad posindustrial. Se puntualiza que estas “sociedades avanzadas tecnológicamente revelan serias tensiones en cuanto a la presión sobre los sistemas naturales”, pues está claro que la cantidad de materiales procesados y desechados ha aumentado (García, 2004: 217). En esta línea argumental, G. Ritzer (1996: 188) indica que D. Bell no sabe que el número de obreros de bajo nivel y de servicios está aumentando en las SAT, lo que nos habla de un claro auge de la precariedad social.

Se debe ser consciente de que las consecuencias de todo el proceso no pueden ni deben quedar silenciadas, como la que señala que, en estas sociedades de consumo sin límite y de deshechos por doquier, también aparece un gran número de desperdicios humanos como efecto secundario de la construcción de este orden económico (Bauman, 2005: 16). Se trataría de los superfluos, los innecesarios, los que el sistema no necesita (Bauman, 2005: 24).

Pero junto a los críticos y sus testimonios, también existen un buen número de autores con predicamento que defienden el nuevo modelo de sociedades humanas, señalan sus bondades y lo presentan como una meta digna de alcanzar para el resto. Se proclama a la etapa actual como la culminación de las aspiraciones del hombre.

En este sentido, un autor representativo, por su indudable influencia a la hora de analizar las SAT, es F. Fukuyama. Sus libros tienen notoriedad y “sus posturas ultraconservadoras” (Alonso, Arzoz, 2003: 79) van en la línea de los neoliberales económicos[34].

Este autor nos embarca en la idea de que estamos en el fin de la historia (Fukuyama, 1992; Fukuyama, 1998: 17) como resultado de una convergencia positiva entre instituciones políticas y económicas[35]. En su propuesta encuentra que, en el siglo XX, las sociedades han dejado atrás alternativas para él negativas, como el fascismo y el comunismo, tras “crisis gemelas del autoritarismo y de la planificación centralizada socialista” (Fukuyama, 1992: 78) y han surgido una serie de fuerzas que empujan a las sociedades socialmente diversas hacia la creación de democracias capitalistas liberales como último estadio del proceso histórico. Para él, “la lógica de la ciencia natural moderna parece dictar una evolución universal en dirección al capitalismo” (Fukuyama, 1992: 15). Ahora, el mercado emerge como la mejor escuela de sociabilidad. Argumenta que “la historia ha llegado a su fin si la forma actual de organización social y política es completamente satisfactoria para los seres humanos en sus características esenciales” (Fukuyama, 1992: 199), pues, “el mundo democrático liberal moderno, en otras palabras, está libre de contradicciones” (Fukuyama, 1992, 203).

De lo anterior, se deriva que solamente ha quedado una alternativa de futuro: el capitalismo democrático liberal. Es lo que él considera una sociedad de alto nivel de confianza. De las naciones del mundo, Japón sería el país que mejor reúne esta nueva sociedad madura y que muestra el mayor grado de sociabilidad. Para él, la victoria de la democracia liberal resulta tan amplia que la propia historia ha llegado a su fin (Hamilton, 2006: 117). Pero, desde un punto de vista opuesto, según señala N. Chomsky (2000: 66), de una manera muy crítica con F. Fukuyama, el final de la historia conseguido es una especie de utopía de los señores.

F. Fukuyama (2000: 17), posteriormente, razona en sus obras que se ha dado una gran ruptura de los valores sociales con el advenimiento de la sociedad de la información. Con ella, se ha generado un individualismo creciente en las sociedades occidentales que ha derivado en una mayor desconfianza en las instituciones. Asimismo, añade que esta gran ruptura conlleva más delincuencia, más agitación social, un declive de la familia parental y una manifiesta pérdida de confianza (Fukuyama, 2000: 77). Para este autor, esta gran ruptura tiene su principal causa en políticas gubernamentales erróneas (Fukuyama, 2000: 98).

Siguiendo los argumentos anteriores, F. Fukuyama (2002) toma como asunto de la obra la fecha de su planteamiento sobre el fin del hombre, como si se tratara del advenimiento de un nuevo presente. En este estudio, vuelve a contemplar que los dos terrores del siglo XX han sido “el nazismo y el comunismo” (Fukuyama, 2002: 34). Para él, parece ser que el capitalismo es ajeno a lo ocurrido en este siglo.

También nos informa de hechos que pueden acaecer en una sociedad como la actual. Señala que en ella se aplican soluciones químicas a problemas que tienen calado social. No obstante, F. Fukuyama reflexiona que, con los planteamientos dominantes, se llegará a crear una sociedad post-sexual. Con la dinámica actual puede que nuestras sociedades se conviertan en gigantescos asilos de ancianos. También nos advierte de que las posibilidades de clonación humana pueden acarrear una nueva forma de eugenesia, con situaciones como la de los bebés de diseño.

Posteriormente, este autor (Fukuyama, 2007) se ha mantenido crítico con algunas posturas mantenidas por su país, EE. UU., en cuanto a política internacional, como la invasión unilateral de Irak. Ante ello, propone que EE. UU. “debe ser más un poder blando que un poder duro” (Fukuyama, 2007: 194). Se trata de que el país consiga sus objetivos por la atracción de sus valores y no mediante la coacción militar o económica.

11. CONSIDERACIONES FINALES

Tras valorar el examen llevado a cabo en los apartados anteriores, entendemos que hemos ofrecido una panorámica de las diferentes visiones que se plantean a la hora de analizar la especificidad social de nuestra época. Asimismo, pensamos que este repaso nos permite observar los principales aspectos definitorios de las sociedades actuales.

Hemos señalado que existe una creencia general en el campo de los análisis sociales referentes a nuestras actuales sociedades de que nos encontramos inmersos en una etapa radicalmente diferente a la anterior. Se aprecia aceptación casi unánime de que estamos ante una época distinta, época que reclama un nuevo cambio de paradigma analítico. Si la pasada venía guiada por la producción industrial como factor determinante, se plantea que la actual ha superado dicha fase y nos hallamos en una etapa donde el sistema productivo deja de tener su base industrial y pasa a otro donde nuevos sectores productivos, nuevas tecnologías y nuevas tendencias sociales pasan a formar el eje central de las sociedades.

En la argumentación anterior, juega un papel relevante el concepto de nuevas tecnologías, especialmente las que giran en torno a la electrónica, la nanotecnología y la biotecnología. Asimismo, se hace hincapié en la pujante globalización que viene a revelar que vivimos en un mundo interconectado a todos sus niveles: económico, tecnológico, político y social. De tal situación se deriva que ha surgido un nuevo orden mundial.

Ante cambios tan significativos y desarrollados en un espacio de tiempo limitado, los analistas han recurrido, ante la falta de consenso, a diversos calificativos de la nueva época. Con ellos, han tratado de destacar aquellos aspectos que han sido considerados como los más definitorios.

El calificativo de la época actual como sociedad posindustrial fue uno de los pioneros. Con él, se quiso señalar la pujanza, frente al mundo productivo anterior dominado por el sector industrial, del sector servicios y la aparición de nuevas y diferentes tecnologías. Los cambios derivados traerían unos nuevos conceptos culturales.

La propuesta que define nuestra época como la era del acceso apunta que se está pasando de una fase de capitalismo industrial a otras de capitalismo cultural. En ella, la economía se vuelve menos física y surge, con fuerza, el modelo de vivir de prestado, que da como resultado un estilo de vida totalmente prefabricado.

El concepto de sociedad de la información se asienta en la existencia de un nuevo paradigma interpretativo basado en el informacionismo. Las nuevas tecnologías de la información serían el eje sobre el que giran las sociedades actuales, que pasan, con ello, a tener nuevas estructuras. En esta interpretación, Internet ejemplariza los aspectos principales de la nueva sociedad.

La calificación de la sociedad actual como sociedad posmoderna trata de desmarcarse de la calificación moderna anterior. En la nueva sociedad, se genera una realidad diferente, siendo la televisión y el ciberespacio los lugares donde se pasa la mayor parte del tiempo, con lo que la propia realidad aparece como un gran escenario.

Hay quien denomina a la sociedad de nuestros días sociedad líquida, que viene a significar que, en las actuales sociedades, numerosas cuestiones no conservan su estado de forma duradera. Se resalta que las maneras de actuar cambian tan rápido que difícilmente se pueden convertir en hábito.

Otros autores definen las sociedades presentes por alguno de sus aspectos más significativos, llegando a definirlas como sociedades del riesgo. Esta argumentación señala que vivimos inmersos en una serie de riesgos generados por la misma sociedad, especialmente por su tecnología. De ello, se deriva la existencia de consecuencias no deseadas.

Se puede referenciar también la denominación de la sociedad del cansancio y de la transparencia para las formas sociales presentes. Del cansancio, porque la exigencia continua de rendimiento y de actividad provocan un agotamiento excesivo; de la transparencia, debido a que, gracias a los medios tecnológicos y de comunicación existentes, toda experiencia vital queda expuesta al observador exterior.

Una calificación diferente emplea la definición de sociedades tecnológicamente avanzadas. Con ella, se reconoce que nos hallamos en una época claramente diferente a la industrial anterior, y que se caracteriza por la fuerza de nuevas y transformadoras tecnologías; especialmente en microelectrónica, microbiología y energía.

A las propuestas señaladas anteriormente, al igual que a muchas de las posturas recogidas por la mayoría, no les han faltado apuntes críticos. Son de especial relevancia aquellos que señalan que las actuales sociedades no han alcanzado un equilibrio social dentro de ellas, no han logrado una equidad apreciable entre las existentes en el conjunto dentro del planeta ni se ha logrado evitar la asfixiante presión que se ejerce sobre los sistemas naturales, gracias a un exceso de producción, de consumo y de deshechos. No obstante, también existen planteamientos que entienden que hemos llegado a las mejores sociedades que han existido a lo largo de la historia de la humanidad, visiblemente muy difíciles de mejorar, por lo que se han convertido no solo en la mejor, sino también en la única alternativa posible.

Se debe esperar a que, con el tiempo, vayan surgiendo nuevas propuestas que vengan a ampliar y perfeccionar las existentes. Con su aportación, se podrá obtener una mejor comprensión de los rápidos y llamativos cambios que se están produciendo en las actuales sociedades.

 

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[1] No nos han faltado fuentes bibliográficas, pues las hay numerosísimas,  para documentar las propuestas. También, pensamos que se puede argumentar que se habla tanto de la importancia de la época actual porque en ella hay un número mucho más numeroso de investigadores y de publicaciones del que nunca ha habido en la historia.

[2] Para F. Spier (2011: 397), resulta evidente que vivimos, debido a sus específicas cualidades,  “en una época sin precedentes”, aunque esta situación se ha dado en otras fases de la historia, por ejemplo, como cuando N. Maquiavelo (1998: 134) define su tiempo como “en nuestra época, a causa de los grandes cambios que se ha visto y se ven cada día por encima de toda posible conjetura humana”. P. Watson (2006: 857), señala que en el siglo XVIII “la idea de que la sociedad había entrado en una nueva era ya gozaba de aceptación general”. C. Perrault, en el siglo XVII, pensaba que los recientes descubrimientos científicos habían llevado al mundo moderno a la perfección (Watson, 2006: 867). Z. Bauman (2009: 75) apunta que, al inicio del siglo XX, “los científicos anunciaban un día tras otro la rotura de los límites supuestos a la sabiduría y a la potencia humana”. Se consideraba que “el futuro de la civilización estaba asegurado” (Bauman, 2009: 75). C. Aydon (2009: 270) indica que, en los tiempos de Copérnico, Galileo, Kepler y Newton, “tanto los artistas de la época como sus mecenas debieron sentir que estaban asistiendo al amanecer de una nueva época”.

Para D. Edgerton (2007: 30), a lo largo de la historia, “la de que lo nuevo supera con creces a los métodos más antiguos es una idea generalizada”. Posteriormente, señala que, “en comparación con el pasado, la presente no parece una época de innovaciones radicales” (Edgerton, 2007: 265).

[3] H-J. Chang (2012: 56) apunta que “nuestra percepción de los cambios tiende a considerar los más recientes como los más revolucionarios, algo que a menudo choca con la realidad”, pues “los seres humanos tienden a dejarse fascinar por la tecnología más nueva y más visible” (Chang, 2012: 63).

[4] No faltan argumentos para señalar que esta propuesta semeja un oxímoron.

[5] D. Bell (1991: 152) describe la etapa posindustrial como la formada por unas sociedades basadas principalmente en los servicios. En ella, lo que cuenta no es la fuerza bruta o la energía, sino la información.

[6] C. Aydon (2009: 469) le otorga una especial importancia, llegando a señalar que “se divisa una nueva revolución industrial basada en la nanotecnología”.

[7] No faltan voces críticas respecto a esta apreciación que hace hincapié en la importancia de los avances tecnológicos actuales. Así, para D. Edgerton (2007: 10) “el futuro tecnológico ha seguido avanzando como en el pasado”. Este autor denuncia, en su obra Innovación y tradición. Historia de la tecnología moderna, lo que él entiende por ilusorio futurismo de la llamada era de la información.

[8] “A veces se denomina planetización” (Sexton, 2012: 16).

Para J. Estefanía (2011: 203), la historia de la humanidad es la historia de la globalización, “en la que los hombres se van acercando unos  a otros a través de su economía, cultura y costumbres”.

[9] Según N. N. Taleb (2013: 351), “la globalización ha tenido el efecto de crear contagios a escala planetaria, como si el mundo se hubiera convertido en un recinto gigantesco con salidas muy estrechas y la gente corriera hacia ellas con unos daños cada vez mayores”.

[10] S. Amin (1972:14) ya describía la existencia de una sociedad caracterizada por su “movilidad internacional de mercancía, movilidad internacional de capitales, inmovilidad del trabajo”

[11] Z. Bauman (2007: 142) lo denomina la globalización negativa, “por su carácter asimétrico”.

[12] Se dice piense globalmente, lo que resulta un buen consejo, pero llevarlo a cabo “es una tarea dantesca” (Barnet, Cavanagh, 1995: 415).

[13] Las enumeramos, sintéticamente, a continuación para comprender mejor sus posturas: muros que se derrumban y ventanas que se abren, Netscape sale a bolsa, aplicaciones informáticas para el flujo del trabajo, acceso libre a los códigos fuente, subcontratación, traslado de fábricas para abaratar costes, cadena de suministros, intromisión de los subcontratistas en las empresas contratantes, acceso libre a la información y tecnologías que amplían a los demás aplanadores (Friedman, 2006).

[14] Según J. Echeverría (1994: 182), telépolis es equivalente a lo que H. M. McLuhan bautizó como aldea global (global villaje).

[15] No faltan autores que denominen a esta época con diferentes calificativos en una misma obra, lo que vuelve a plantear la cuestión de que no existen criterios unificados. Así, I. Illich (1975 B) conceptuaba,  hace varias décadas, la época presente como sociedades industriales avanzadas (1975 B: 75), sociedades superindustrializadas (1975 B: 78), sociedades altamente desarrolladas (1975 B: 192) y sociedad postindustrial (1975 B: 209).

[16] D. Bell (1991), emplea, traducido, el adjetivo escrito así: post-industrial. El Diccionario de la Lengua Española acepta el adjetivo con la grafía planteada por nosotros: posindustrial.

Respecto al concepto de sociedad posindustrial, E. Gellner (1994: 18), que, para él, se asimila a industrial, prefiere  el término  “sociedad  industrial  completamente desarrollada”. A. Mattelart (2002: 53) apunta que ya “en 1913, Ananda K. Coomaraswamy, oriundo de la India y formado en Inglaterra, acuña el calificativo de postindustrial”.

A. Mattelart (2002: 85) reconoce que “al optar por el calificativo de postindustrial, Bell se desmarca de las otras denominaciones en circulación, especialmente de la de sociedad postcapitalista”.

[17] Para E. Lamo de Espinosa (1994: 40), “las sociedades postindustriales se estructuran alrededor de sus flujos de conocimiento e información”. Añade que “el hombre de la sociedad postindustrial o industrial avanzada piensa y actúa de modo más racional y científico” (Lamo de Espinosa, 1994: 628).

[18] E. Lamo de Espinosa (1994: 34) argumenta en apoyo de estas propuestas cuando señala que “la revolución industrial continuará hasta nuestros días en que parece emerger otra revolución: la postindustrial o científico-técnica”. Aunque encuentra que la denominación más acertada es la de “sociedades del conocimiento” (Lamo de Espinosa, 1994: 40).

[19] La apreciación no resulta tan novedosa y reciente como parece, pues ya A. Gorz (1981: 144) habló de ella hace más de treinta años.

[20] A. Touraine (1974: 23) señala que “el análisis de una sociedad nueva supone una renovación del análisis mismo”.

[21] El término acceso es derivado del inglés access y su traducción queda como algo explicado ambiguamente. Define la era actual capitalista y se sustenta en garantizar el empleo limitado y a corto plazo de los bienes controlados por los acreedores.

[22] J. Martínez Alier (2009: 201) nos advierte, en este sentido, que la “desmaterialización de las sociedades ricas no es más que un desplazamiento de las fuentes de energía, de materiales y de sumideros”.

[23] Uno de los personajes de la novela de M. Crichton (2000: 515/516) resume esta filosofía: “hoy todo el mundo espera que le entretengan, y espera que le entretengan a todas horas. Las reuniones de negocios han de ser ágiles…Las galerías comerciales y los grandes almacenes han de cautivar…Los políticos han de tener buena imagen y decirnos lo que queremos oír. Los colegios deben procurar no aburrir…Todo el mundo debe divertirse…Esta es la realidad intelectual de la sociedad occidental a finales del siglo”.

[24] Según M. Castells (1998 B: 266), “el concepto de sociedad de la información es una invención japonesa importada a Occidente en 1978 y propuesta, en 1963, por T. Umesao”.

[25] Hay autores que lo ven desde otra perspectiva. Así, H-J. Chang (2012: 209) señala que “la economía del conocimiento no tiene nada de nuevo; siempre hemos vivido en ella”.

[26] Para A. Mattelart (2002: 102), “F. Lyotard eleva el término sociedad posmoderna a la dignidad de concepto filosófico”.

[27] Este autor (Lyon, 2000: 76) enumera la plétora de nombres que ha encontrado para definir esta época: sociedad del riesgo, de la información, posindustrial, comunicativa, segunda edad media, modernidad tardía, supermodernidad, posmodernidad y posindustrialismo. Como podemos apreciar, no parece fácil hallar un calificativo consensuado.

[28] G. Imbert (2010: 10) califica a la sociedad actual como “la sociedad informe: que ha perdido el sentido de los límites, la conciencia de los fines y se vuelca en los imaginarios”.

[29] Es interesante referenciar que el sociólogo J. Ibáñez (2002: 48) advirtió, hace tiempo, que “el capitalismo se propone la reducción al estado fluido de todos los materiales sólidos”. Y va más allá cuando añade que “el capitalismo de consumo consume: esto es, lo reduce todo al estado gaseoso” (Ibáñez, 2002: 60).

[30] Señala C. Rendueles (2013: 181), “la modernidad líquida es un entorno extremadamente hostil para quienes aspiran a desarrollar una identidad sólida”.

[31] Señalan estos autores que todo lo que la burguesía construye, es construido para ser destruido, de ahí que todo lo sólido se desvanezca en el aire (Berman, 2013: 95).

En la traducción de El Manifiesto Comunista de la Editorial Akal, el texto no aparece de esta forma, sino que señala que “todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen viejas antes de haber podido osificarse. Todo lo  estamental y estancado se esfuma. Todo lo sagrado es profanado” (Marx, Engels, 1997: 26).

[32] Para C. Mongardini (2007: 86), “lo importante no son los riegos, sino el miedo que producen y difunden”, pues, seguramente, la gran importancia que se otorga a los riesgos potenciales de nuestras actuales sociedades tenga algo que ver con lo mucho que se puede perder.

[33] Como ya hemos señalado, este término fue consolidado por D. Bell, pero J. F. Tezanos (2007: 59) reflexiona que se trata de una calificación poco específica.

[34] Cuenta con apoyos en sus argumentaciones. Así, para J. Mosterín (2008: 49), “el fracaso de las alternativas a la democracia liberal la han dejado como el único modelo político aceptable” y añade “que sólo la democracia liberal y el mercado libre han tenido prestigio frente al resto” (Mosterín, 2008: 69).

[35] Siguiendo una línea argumentativa semejante, J. Rifkin (2011: 195) señala que “la ideología está en vías de desaparición”.

Author: RUDICS

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